Los despechados y los perdedores
inundan las ciudades, cubren los campos,
son el perpetuo otoño y se deshojan tiernos,
dejan en los caminos su rastro color rosa,
perturban con sus sueños
el curso razonable de la historia,
escriben versos —malos en general—
y son heroicos, apasionados y cantores.
Y quieren siempre que el amor de un amoroso comején
sea, cuando menos, grandioso como el de los leones.
Eduardo Lizalde
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